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sábado, abril 20, 2024
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Recuay: Crónica sobre Pastoruri, el simbólico nevado de Áncash

El viaje desde Lima rozaba las ocho horas cuando la cordillera se asomó, inmensa, por la ventana del bus. Llegamos a Huaraz a las 6:00 de la mañana, cuando el frío es nítido como un golpe y nos exige comprar abrigo, para la ruta que vendrá después. José Anaya, ‘Lalo’, el anfitrión, me contiene: “También puedes alquilar allá y así ayudas a la gente de Cátac”.

Había conocido Pastoruri reportando para El Peruano en la Semana del Andinismo 1991, cuando el nevado vivía su apogeo como referente del Callejón de Huaylas. Cada año, alrededor de 100,000 visitantes de todo el mundo se encaramaban en su dócil lomo para coronar sus 5,240 metros sin experiencia previa en alta montaña. Los más osados hacían demostraciones de esquí acrobático, mientras la mayoría improvisaba trineos con plásticos para deslizarse cuesta abajo tumbando muñecos de nieve. En mi recuerdo, Ana María juntaba nieve de la cumbre. Un brillo infantil resplandecía en su mirada.
Ya por aquel entonces era un hecho preocupante que el glaciar retrocediera a razón de 10 metros por año.
En 2007, el calentamiento global partió al glaciar en tres fragmentos gigantes y se cerró todo acceso al turismo. Pueblos y comunidades como Cátac, Ticapampa y Recuay, como parte del espectro tutelar del nevado, se vieron tan afectados que sus pobladores abandonaron sus casas en busca de trabajo en las ciudades. Todo el turismo de la región acusó el golpe.
Hemos dejado Huaraz, el bus nos lleva al sur hacia el inicio de esta nueva propuesta de aventura. El mirador ‘Cordillera Blanca’ se ubica sobre la carretera que viene desde Lima y es un punto privilegiado de visión.
Desde ahí se hace evidente la pugna de las terribles fuerzas que elevaron los suelos hasta modelar nuestra afamada cadena. En adelante el guía hace gala de chamanismo y lo que antes eran nieves perpetuas, hoy son reservas de vida. El bellísimo paisaje se abre a los ojos, atesoraba en sí el hecho mágico de nuestra existencia.
Una serie de miradores/observatorios, paneles de información, senderos y un Centro de Interpretación conforman la Ruta del Cambio Climático y se complementan entre sí para permitirnos comprender el frágil equilibro que existe en todo lo que nos rodea. Nos demuestra que todo cambia y cumple su ciclo de vida.
La realidad
Bajamos para visitar la ‘laguna anciana’ Patococha. Aunque conserva aún su espléndido espejo de nevados, va camino a convertirse en un pajonal donde cerrará su ciclo. En sus inicios anidó peces, en su final, proveerá alimento a más de 20 especies de aves y a los camélidos salvajes de las punas.
Siguiendo a pie el sendero, las gloriosas puyas Raimondi albergan nidos de pájaros carpintero, mientras se recortan emblemáticas en el horizonte de Pumapampa, durante la floración que ocurre cada 10 años, y son fuente de alimento de colibríes.
El viento, el sol, la inmensidad. Hilos de agua de deshielo suman riachuelos puros que corren y se encuentran con los ojos de agua multicolor de la Pampa de los Pumas.
Un último tramo y llegamos al Puesto de Control del Parque Nacional Huascarán. Al inicio de la vereda de concreto que conduce al glaciar, mujeres de la comunidad de Cátac ofrecen todo tipo de prendas abrigadoras en venta y en alquiler. Arrendé una casaca térmica por 6 soles y una mula, para la subida, por 7 soles.
Es impresionante. A pesar de que el glaciar ha perdido el 70% de su masa, acercarnos a su mole yacente empequeñece nuestra humanidad con su lánguida y extrema belleza. Sus paredes muestran en sus pliegues retorcidos en capas, como los anillos de la corteza de un árbol, los estratos que contienen la historia climática del mundo.
La repercusión del consumo desmedido de combustibles fósiles, la importancia de hacer acto de conciencia frente a la fragilidad del equilibrio de las cosas, surgen como interrogantes en ese instante. Aparecen también las certezas: las lagunas nuevas que se han originado por el deshielo, que nuestro planeta sigue siendo portador de vida y que de nosotros dependerá nuestra propia continuidad. La amenaza está latente en la zona, pero también la convicción de salvar al mundo. La ruta, conforme uno avanza, aclara las interrogantes de los turistas que la transitan. El paisaje es imponente y describe información constante: los bloques de hielo al borde de la laguna circundan un torrente que nace en la laguna y va hacia la quebrada. Es la velocidad con que se produce el deshielo.
Nace la hermandad
Seguimos caminando, evaluamos aspectos relacionados con la accesibilidad al lugar, comparamos precios y hasta nos preguntamos, si está faltando coordinación entre el sector público y privado para su sostenibilidad.
Regresamos todos con fuego y compromiso en los ojos. “¡Los nevados, el agua, la vida!”. En el restaurante Faby Star nos esperaba el ya clásico ‘levanta muerto’, una sopa ritual que doña Angélica prepara con carne de res, cordero y gallina, especialmente para los que regresan de la Ruta del Cambio Climático.
Aprovechamos la parada para intercambiar correos y teléfonos, para reencontrarnos en las redes. La consigna es mejorar nuestros hábitos de consumo, evitar el deterioro acelerado del planeta. Se respira una hermandad.
En la cumbre, Ana María había hecho dos muñecos de nieve, sin saber que sería premonitorio, que miraran hacia el atardecer. Nos hicimos tomar una foto con ellos, desplegué el plástico que había traído y bajamos en trineo rebotando y riendo como locos. (Andina)

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