Verano eterno en una costa prodigiosa de mar deslumbrante, aguas siempre limpias y brisa arrulladora. Solaz, diversión y descanso en inolvidables jornadas entre olas, siestas en la orilla y andanzas exploratorias por las orillas Tuquillo, un apacible rosario playero a cuatro horas de Lima.
Hallazgos refrescantes. Ruta veraniega que empieza en Tuquillo, donde ya hay restaurantes y otros servicios. También un buen número de bañistas, aunque todavía no impera el desorden ni el bullicio. Ojalá que eso nunca ocurra. Lo que sí debería ocurrir siempre, es que los visitantes se animen a navegar en los caballitos de totora.
Al sur de Tuquillo están Maracaná y Antivito. Sus olas atraen a los amantes del surf y el bodyboard. Marín, el litoral vecino, es ideal para contemplar la inmensidad oceánica y sus vibrantes tonalidades. Hacia el norte está La Pocita, tan mansa que parece una piscina – los huarmeyanos de pura cepa aseguran que ahí aprendieron a nadar- y Los Médanos, perfecta para las noches de campamento.
Ocurre lo mismo en Tamborero (kilómetro 261 y 262 de la Panamericana Norte), una playa extensa de fina arena y aguas tranquilas. Es la preferida de los grupos de campistas, porque tiene zonas para resguardarse del viento, además de una roca enigmática que los lugareños conocen como el “indio sentado”. Esta ha sido burilada por el viento y el paso de los siglos.
Y, finalmente, la hermosísima Pan de Azúcar (kilómetro 321 de la Panamericana), a la que solo se accede en camioneta 4×4 y con el apoyo de un guía. Su pródiga fauna marina lo acompañará en cada uno de sus pasos, haciendo más intensa experiencia en Huarmey, la “Ciudad de la Cordialidad” y del eterno verano.
Estefany Luján / Revista Rumbos- Diario La República