En este tiempo, hace dos años, Benedicto XVI Papa, hizo pública su dimisión después de reconocer por meses, “la certeza de su debilidad por el peso de sus años”, dando paso a una etapa de renovación en nuestra Iglesia, la misma que hoy la experimentamos con la reciente promulgación del decreto que reconoce a los primeros mártires en el Perú y el reconocimiento a Monseñor Oscar Romero, martirizado en Honduras. Comparto brevemente una reflexión respecto a su significado eclesial y social.
Una realidad que duele
Hace poco un periodista retrataba la situación en el Perú, como la imagen “un País de zombis”, en donde se ha entendido perfectamente la consigna neoliberal, la necesidad de asegurar el “control absoluto” de la población, basta ver las catalogadas “zonas de influencia” y conocer el férreo control de sus equipos de relaciones comunitarias. El vil y escandaloso intento de legitimar la ideología del “cholo barato” o “mano de obra barata”, para los jóvenes pobres; el veto al “pensamiento crítico” en la televisión peruana, (veto a “Hildebrandt” y otros periodistas); la actual corrupción política en los más altos niveles de gobierno, la impunidad en el sector justicia, no podemos olvidar a “Yeni Vilcatoma” magistrada despedida y denunciada. “El mensaje es claro, el sistema no se toca”. Mientras en Ancash su población permanece con una sensación de anarquía y desorientación respecto a su desarrollo.
El Señor que no abandona a su Pueblo
En medio de este contexto de “injusticia social” y desconcierto, la presencia de Dios, “fundamento de toda realidad” como lo señalaba el Papa emérito Benedicto XVI: “La Palabra de Dios”, resuena vivamente: «He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus suplicas cuando los maltrataban sus opresores. Yo conozco sus sufrimientos”, por eso he bajado, para liberarlos” (Ex 3, 7).
Inspirados en ella, reconocemos al mismo Señor, que actúa a través de su Iglesia, destinada a ser luz, para las naciones. Bajo el Pontificado del Papa Francisco y la guía del Espíritu Santo, en medio de tantos conflictos visibles, realiza un signo providente y visible, motivo de alegría, consuelo y renovación para toda la Iglesia. Pués con el reconocimiento del Martirio de Monseñor Oscar Romero (Honduras) y de los Padres Sandro Dordi, Miguel Tomaszek, Zbigniew Strzalkowski, misioneros, asesinados cruelmente por “sendero Luminoso” en “Santa” y “Pariacoto”, ha plantado una semilla de esperanza.
“La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”
Una semilla, que plantada en lo alto de la serranía de Ancash y en su costa, está destinada a germinar y crecer, en la dinámica de ese “amor radical y cruento”, que se nos comunica, signo “del amor martirial de Cristo”, que constituye una invitación insistente para todos los hombres y mujeres de nuestras tierras, a renovarnos para una entrega generosa de nuestra vida en amor y en el servicio, que sí edifica.
Junto a nuestros primeros mártires en el Perú, el homenaje permanente para quienes con una vida entregada defendieron y defienden la vida y la verdad de la fe cristiana integra, para quienes procurando vivir el camino de las virtudes cristianas, defendien los principios y valores sociales necesarios para la convivencia humana. El homenaje para los líderes sociales caídos en el Perú, hombres y mujeres de buena voluntad.
“Contemplando su entrega, seremos renovados”
Ya lo profetizaba el Papa Juan Pablo II, santo, durante la jornada mundial de la juventud en Polonia el año de 1991, celebrada pocos días después de haberse enterado de la noticia del martirio exclamó: “tenemos mártires en Perú”. Y fue su deseo en el año del jubileo recordar a nuestros mártires: «Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita de generación en generación, para que de ella brote una profunda renovación cristiana!».
Esperemos que este deseo se cumpla con la ayuda de todos, que estos lugares en donde nuestros mártires derramaron su sangre para dar vida, se conviertan en lugares de peregrinación, y sirvan de aliento y para tantos jóvenes y familias a quienes nuestros mártires amaron y sirvieron.
Por: Rvdo. Padre Alex Gordillo Ramos